[EVENTO] — Bienvenidos al Bronx

— Caius Umbridge

Kaaminari

Aquella noche parecía ser otra más. Una de las tantas madrugadas en las que Umbridge, ahora enfadado con la vida y con el corazón roto, salía de Ilvermorny para intentar dispersarse. Con la desilusión reciente y un viaje repentino a París, no tuvo tiempo de pensar qué haría con el pequeño asuntito del idiota de Big Fish, a quien quería atravesar con una lanza como si fuera un nativo más de la tribu de Yansa. Si bien se intentaba distraer recorriendo distintos puntos del país que le permitieran relajarse rodeado de lujos, nunca se le había dado por volver a pisar aquél distrito infame al cual, finalmente, volvió.

Caius era un joven que claramente no daba puntada sin hilo; todo lo hacía con una segunda intención, y su aura de rubio hueco le hacía creer a la gente que era alguien transparente. Eso le abrió muchas puertas, y sobre todo, la del burdel. Sede de Las Mox, una banda con la cual llegó a sentirse afín. A este punto, ya las odiaba. Pero no era necesario quererlas para guardárselas en el bolsillo: bastaba con aparentarlo.

Sonó un crack en uno de los tantos callejones y la suela de las botas de Umbridge tocaron el suelo del Bronx. Su expresión fue cambiando a medida que caminaba en dirección al burdel. Cuando llegó a la entrada del lugar tan concurrido, su rostro denotaba un dramatismo tan único como falso: como si acabara de llorar un océano entero, irrumpió aparentemente destruido en aquél lugar. “Lizzie… Lizzie…” era lo que repetía.

En cuestión de minutos, ya estaba en el segundo piso de burdel esperando a que Lizzie llegase para hablar con él. Su rostro asustado y su actuado lamento no era para causar lástima. Sabría que eso sería imposible con Las Mox. Sino que era simplemente para hacerles creer que de verdad se trataba de algo grave o que mínimo pudiese moverles el piso o interrumpir sus negocios de los cuales Caius era consciente. Y ellas lo sabían perfectamente.

Pasado un rato, la líder llegó y se sentó frente a él, acompañada por dos sujetos que se quedaron más atrás. Un dejo de miedo o preocupación seguía presente en el rostro del rubio, cuyos ojos levemente cristalizados se clavaron instantáneamente en la mujer a la que ahora debía convencer.

— Que sea rápido, por favor —sentenció.
— B-Big Fish… ese imbécil. Lo ayudé, y me ha traiciona—… —Caius ni pudo terminar su frase, puesto que Lizzie le interrumpió.
— Bienvenido al Bronx. —espetó, mientras se preparaba para pararse y retirarse.
Caius se apresuró a hablar antes de que se moviese.
— Tiene… tiene un gran poder ahora. Ha robado algo verdaderamente poderoso.
Lizzie soltó una aguda y molesta risita.
— ¿Qué poder puede tener esa bola de grasa? Está todo el día ahí sentado sin hacer nada, su culo ya tiene el molde de una silla. No me hagas perder el tiempo. Ese no puede robar nada.
— Es que no fue él. Nos convenció a nosotros de hacerlo.
La muchacha rodó sus ojos y suspiró con pesadez, como si le diera una oportunidad de terminar su discurso.
— ¿”Nosotros”?
— Sí. Yo… y un grupo de chicos más. Jóvenes, rápidos y astutos. Todo lo que él no es. Por ejemplo, Carrow. Lo conoces. —la mujer se quedó mirándolo en silencio, y entrecerró sus ojos como si esperase que el chico continúe hablando. Y eso hizo.— Una piedra. Un poderoso objeto guardado en una sellada bóveda de los de Calle 6. Cuando la obtuvimos, ese imbécil apareció y nos entregó luego de hacerse con esa estúpida roca. Y lo peor es que no era para él. Era para dársela a este… Viktor. Así la deuda que Big Fish tenía para con él, estaría saldada.
A medida que hablaba, Umbridge apretaba ligeramente los dientes con algo de ira aún, sin poder superar el hecho de que ese sujeto los había traicionado y engañado a todos y frente a sus narices. Justo antes de terminar su soliloquio, hizo una pausa y miró el suelo. Pudo sentir la filosa mirada de Lizzie sobre él, punzante. Parecía que esperaba algo más. Y efectivamente, Caius dijo lo que la muchacha esperaba oír. Levantando la mirada, el mago murmuró algo que fue música para los oídos de la Mox.
— Esa piedra debe ser para ustedes. Y yo me encargaré de que así sea… si me ayudan.
Lizzie sonrió ligeramente. Arqueó una ceja, dando alusión a que dudaba de las palabras del joven.
— Ya la robé una vez. ¿Qué te hace pensar que no puedo hacerlo de nuevo?
— Ahora nos entendemos mejor, rubio. —la líder se acomodó en su silla— A ver, a ver. Un objeto poderoso. Me gusta. Pero me falta algo más… no sé…
— Haré lo que sea. Estaré a tu servicio.
Ese fue un momento clave. Si hay algo que Caius sabía, es que los favores en el Bronx son la moneda más valiosa. Es con lo que todo se paga. Y quedarle debiendo algo a alguien sí que era comprometedor, pero a Umbridge no le importaba en absoluto quedar en deuda con Las Mox.
— ¿Servicio? ¿Y qué servicio sabes hacer tú? —carcajeó en su característico tono agudo mientras miraba sus uñas largas y afiladas— Además, conozco muy bien a los chiquitos como tú. Hablan desde la desesperación, y cuando les recuerdas que están en deuda contigo, se arrepienten de haberte pedido ayuda.
— Ya no tengo nada que perder. Solo mi vida. Y no sé qué vaya a suceder conmigo si no tengo la protección de Las Mox. Repito. Estaré a tu servicio si así lo deseas.

Caius apoyó ambas manos en la mesa que había entre ambos y se paró frente a ella. La mujer suspiró mientras se acercó a él. Sintió como el extremo de sus uñas recorrían suavemente el borde de de su cuello.

— Hmm. “Servicio”. Mírate, si pareces un modelito. Tu aparente lealtad… tu decisión. Tu deseo de venganza, y de cumplir con lo que debes. Y tu cuerpo… y belleza física. Hasta reúnes todas las características de los miembros de nuestra banda. ¿Crees que haya un lugar para tí y podamos… ayudarte como si fueras uno más?
— Pruébame —El británico respondió con decisión. Si debía ser alguien más de Las Mox para asegurarse seguir viviendo cómodamente, lo haría. Al escucharlo, la líder sonrió y chasqueó los dedos. Uno de los muchachos que había entrado con Lizzie se paró y caminó hacia ella.
— Ya lo escuchaste, Jack. —La fémina sujetó la cabeza de cada uno y los acercó lentamente para unirlos en un beso— ¿Lo crees capaz de lidiar con el peso de ser de nuestra banda?
El ejercitado guardia de Lizzie se separó del rubio un momento, mientras la mujer caminaba hasta la salida acompañada por su otro guardaespaldas para dejarlos solos. “Lo comprobaré…” le respondió aquél hombre, que ya se estaba deshaciendo de la ropa de Umbridge. La Mox asintió y cerró la puerta tras abandonar la sala, dejando a Caius con el muchacho.
Umbridge sonrió. Al parecer lo había conseguido o al menos estaba en camino de tener la protección total de Las Mox y que lo apañen como uno de sus iguales. Con su ayuda, podía salvarse de los peligrosos Calle 6 y terminar de aplastar a Big Fish. O mejor, arrancarle la piedra de las manos.
El hecho de lograrlo incluía pasar la noche con ese chico al cual debía maravillar, y efectivamente, eso hizo.

— La noche siguiente —

Otra agitada noche en Fairytales. En medio de la jornada, “Jack”, el chico que había disfrutado de la compañía de Caius la noche anterior, dejó una gran paga frente a Lizzie.
“¿Y esto?” (…) “Le conté a algunos clientes sobre el rubio con el que me dejaste anoche. Uh… vaya que cumplió mis expectativas. Parece que hay varias y varios interesados en… conocerlo más de cerca.”
La mujer volvió a sonreír. “Tendré que hacerle un par de llamaditas al rubio.”